domingo, 27 de noviembre de 2011

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'Que los cuartos se conviertan en la imagen misma del gusto propio y sean llenados solamente con las cosas que esa facultad pudiera aprobar. En cuanto a mí, no me siento capaz de vivir y pensar más que en una habitación en donde todo sea creación y el lenguaje de vidas profundamente diferentes de la mía, con un gusto opuesto al mío, en donde no encuentre  nada de mi pensamiento consciente, en donde mi imaginación se exalte al sentirse sumergida en el seno de mi no-yo; no me siento feliz sino al poner el pie -en la avenida de la Estación, sobre el Puerto, o en la plaza de la Iglesia- en uno de esos hoteles de provincia con largos corredores fríos en donde el viento de afuera lucha con el éxito contra los esfuerzos de la calefacción, [....] en donde por la noche, cuando uno abre la puerta de su cuarto, tiene la sensación de violar toda la vida que permaneció allí dispersa [...] de tocar por todos lados la desnudez de esa vida en el designio de turbarse a sí mismo por su propia familiaridad, dejando aquí y allí cosas, haciéndose el amo en ese cuarto lleno hasta los bordes del alma de los otros [...] esa vida secreta, entonces, uno tiene el sentimiento de encerrarla consigo cuando va, temblando, a asegurar la cerradura; de empujarla delante suyo en la cama y de acostarse al fin con ella en las grandes sábanas blancas que le muestran por encima la figura, mientras que, bien cerca, la iglesia toca para toda la ciudad las horas de insomnio de los muertos y los enamorados. '

marcel proust, sobre la lectura.

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